Mª José Serna

Mª José Serna
Mª José Serna. Psicóloga Albatera. MVL 686 544 714 (Ilustración Alexandre Jansson)

sábado, 12 de julio de 2014

MINDFULNESS

Mindfulness o atención plena es la conciencia del momento presente. 

Es vivir aquí y ahora. A través de la atención quedas libre de enredarte en el pasado y preocuparte por el futuro. El efecto de esta práctica es la paz mental.
Pero, ¿cómo mantenerse en contacto en “el aquí y ahora” si tu mente divaga de una lado para otro? La respuesta está en la “atención plena”. Parece difícil lograr este tipo de atención pero para eso vamos a exponer unos ejercicios con los que podrás lograrlo si practicas diariamente.

Los beneficios del Mindfulness abarcan muchas áreas:
  • Reduce las distracciones y aumenta la concentración.
  • Reduce los automatismos (nos ayuda a evitar hacer las cosas “sin pensar”,  o como se dice comunmente, a ir con el piloto automático)
  • Disminuye los efectos negativos de la ansiedad y el estrés, con resultados muy positivos sobre la salud física y psicologica.
  • Nos ayuda a aceptar la realidad tal y como es (nos centra hacia el momento presente, y evita que nuestra mente se vaya hacia el pasado – recordando vivencias que en realidad ya no podemos cambiar – o hacia el futuro – anticipándose a posibles cosas que pueden salir mal o preocupándose por cosas que todavía no han ocurrido – )

Estas técnicas mentales son especialmente cautivadoras debido a que son una excelente manera de aumentar nuestra calidad de vida.

Ejercicio 1: un minuto de mindfulness o atención plena.
Es un ejercicio de atención consciente relativamente sencillo en cuanto a su planteamiento. Se puede hacer en cualquier momento durante el día.
Dedica un momento ahora mismo para probar esto. Programa una alarma para que suene exactamente en 1 minuto. Durante los siguientes 60 segundos, tu tarea consiste en centrar toda tu atención en la respiración. Es sólo un minuto :) Deja tus ojos abiertos y respira normalmente. Seguramente tu mente se distraerá en varias ocasiones pero no importa, dirige nuevamente tu atención a la respiración.
Puedes practicar este ejercicio varias veces durante el día para restaurar tu mente al momento presente y proporcionarle un poco de paz.

Ejercicio 2: Observación Consciente.
Recoge un objeto que tengas a tu alrededor. Puede ser una taza de café o un lápiz, por ejemplo. Colócalo en tus manos y permite que tu atención sea totalmente absorbida por el objeto. Solo observa.
Notarás una mayor sensación de estar presente en “el aquí y ahora” durante este ejercicio. Te vuelves mucho más consciente de la realidad. Observa cómo tu mente libera rápidamente los pensamientos del pasado o del futuro, y lo diferente que te sientes al estar en el momento presente de una manera muy consciente.
También puedes practicar la observación consciente con tus oídos. Muchas personas encuentran que “escuchar atento” es una técnica de atención más fuerte que la observación visual.

Ejercicio 3: contar 10 segundos.
Este ejercicio es una simple variación del ejercicio 1. En este ejercicio, en lugar de centrarse en tu respiración, cierra los ojos y concéntrate únicamente en contar hasta diez. Si tu concentración tiende a dispersarse, empieza de nuevo en el número uno.

Ejercicio 4: señales de atención.
Centra tu atención en la respiración cada vez que una señal específica del medio ambiente se produzca. Por ejemplo, cada vez que suene el teléfono, rápidamente pon tu atención en el momento presente y mantén la concentración en la respiración.


Desarrollar y practicar esta técnica de atención tiene un inmenso poder relajante.

jueves, 10 de julio de 2014

Cara de bicicleta: Se trataba de una enfermedad ficticia que los médicos de la época se inventaron para disuadir a las mujeres de montar en bicicleta.

Labios demacrados, ojeras, ojos saltones, mandíbula apretada, rostro de cansancio… Esos eran los síntomas de un mal que acechaba a la sociedad europea a finales del siglo XIX: la “cara de bicicleta”, una enfermedad que podía afectar a quienes hicieran uso de sus bicicletas para desplazarse. Pero especialmente a las mujeres.

En la última década del siglo XIX y las bicicletas se volvieron instrumento del feminismo: las mujeres podían moverse libremente por las ciudades, más allá de sus hogares, y además, las bicicletas ayudaron a avivar el movimiento de la reforma de la vestimenta femenina, que buscaba eliminar las restricciones victorianas de la ropa –tanto exterior como interior- de manera que las mujeres pudieran vestir prendas que les permitieran participar en actividades físicas. Las mujeres fueron liberándose de los corsés y las faldas hasta los tobillos se sustituyeron por los rompedores pantalones bombachos.

Pero muchos hombres de la época no vieron con muy buenos ojos la independencia que la bicicleta estaba otorgando a las mujeres, tanto a nivel de movilidad como de pensamiento. De modo que algunos médicos empezaron a hablar de los perjuicios que la actividad ciclista para intentar evitar que el público femenino siguiera montando en bici; y se inventaron el mal llamado “cara de bicicleta”; la cara que se te queda por andar en bicicleta.

“La postura sobre la bici, el esfuerzo inconsciente de mantener el equilibrio y el sobreesfuerzo físico tienden a producir ‘cara de bicicleta’”, relataba el Literary Digest en 1895. “Un rostro normalmente enrojecido, pero a veces pálido, a menudo con labios más o menos demacrados, un comienzo de ojeras oscuras y una expresión cansada”, esas eran las consecuencias a las que se enfrentaban las mujeres –y también hombres, aunque en menor medida- que anduvieran en bicicleta. Es decir, lo opuesto a la tierna y adorable mirada que los hombres esperaban de una mujer a finales del siglo XIX.

Para algunos médicos, la enfermedad era permanente, mientras otros decían que, tras una temporada sin montar en bici, la “cara de bicicleta” acababa por desparecer.

Sin embargo, a medida que el nuevo siglo amenazaba con su llegada, muchos médicos empezaron a cuestionar públicamente esta enfermedad ficticia, destacando que la cara de esfuerzo de los ciclistas solo se daba entre los principiantes; pero que a medida que iban cogiendo práctica, lograban medir su esfuerzo muscular y adquirían una mayor confianza y agilidad sobre la bicicleta. Es más, hablaban de los beneficios que esta actividad física aportaba a la salud.

Y como no podía ser de otra manera, este cuento alimentado por los médicos de la época fue cayendo por su propio peso.

lunes, 7 de julio de 2014


Sé que Dios existe, pero no en la manera que crees. Dios es una energía cósmica, es el amor a tu cuerpo, a tus percepciones, a la naturaleza y a todo lo que se encuentra fuera de ti.

(Wilhelm Reich. Psiquiatra austríaco de orientación psicoanalítica).




Fotografía "El paraíso de los creyentes". Alberto Gracía Alix.
ANÁLISIS SISTÉMICO DE LA PELÍCULA: El fabuloso destino de Amelí Poulain.

Abre la película con voz en off citando diversas situaciones que se suceden al mismo tiempo en diferentes lugares de París, entre ellos en nacimiento de Amelí, una niña solitaria e introvertida, en una familia de clase media. Su padre Raphael Poulain fue médico militar y actualmente trabaja en un balneario, hombre distante de labios apretados que significa que tiene dureza en su corazón y su madre, fue institutriz, papel que parece no abandonar en la educación de su hija, mujer neurótica según apuntan sus tics faciales, una etiquetación realizada por la persona que narra esta historia.

Amelí vive con sus padres, en un ambiente privada de cariño, privada de contacto social con otros niños,  no acude a la escuela, es su madre la que se encarga de su educación por la creencia errónea de que la niña sufre una afección cardiaca por los latidos tan fuertes que golpean su pechito emocionado cuando su padre "se interesa por ella" una vez al mes. La relación del matrimonio está basada en un/os conflicto/s, una relación diádica triangulada, por lo que implican a Amelí para el encubrimiento. Amelí se crea su mundo propio, su mundo de fantasia donde a falta de contacto social con el exterior y con su propia familia. No tiene mascota, sino un amigo, su único amigo, un pez que le regalan sus padres y que "se hace" neurasténico debido al ambiente de la casa, como si fuera una enfermedad vírica que se contagia. El pez está tratando de alejarse de una situación de la vida que parece imposible de manejar y tras varios intentos suicidas debidos a los traumas emocionales,  "se toma una decisión": los padres deciden expulsar al pez de la casa en un intento de mantener la homeostasis familiar, eliminamos al miembro que les puede hacer salir de esa situación enfermiza.

La madre de Amelí, no exenta completamente de emociones, para aliviar su sentimiento de culpa por la expulsión del pez como miembro de la familia, compra una cámara de fotos a la niña. El vecino le hace creer que la cámara posee poderes que hacen que cause catastrofes, la niña "se da cuenta de su delirio" y es aqui donde comienza su primer acto de venganza para equilibrar su dolor, manipulando la antena de la tv para que éste no pueda ver un partido de deporte.

Poco después la madre muere en un accidente, una suicida que le cae encima, muerte disparatada como su vida. El padre se hace más ausente, sólo tiene un objetivo en la vida, mantener el mausoleo dedicado a su mujer. El aislamiento de Amelí es cada dia mas acuiciado, sueña con ser mayor, tal vez cumplir la edad para poder marcharse de casa, en un intento de solucionar su vida triste y sola, tal vez como su amigo pez.

2ª etapa de su vida: fuera de casa.
Trabaja en una cafetería como camarera, acompañada de otras personas repletas de cualidades donde la voz en off destaca las cosas que les gustan y las que no les gustan, como un intento de descripción de los personajes.
La dueña, una exbailarina ecuestre que pierde su pierna en un accidente en el circo. Odia la carne de caballo que le hace recordar el accidente y el amor que perdió. Gina, camarera del café, su abuela era sanadora y ella ha heredado ese gusto por la salud dedicandose a practicar el crujir de huesos en la gente del café. Hipólito, escritor fracasado que asume el papel que le ha tocado en la vida, conformista con su situación. Joseph, amante celoso y Giorgette que trabaja en la tabacalera de la cafetería y es hipocondríaca.

Su nuevo hogar...
Amelí vive sola en un edificio donde residen vecinos un tanto peculiares. Madelein Wallas, mujer viude sufridora de las infidelidades de su marido con la secretaria, que asume su desgracia al significado de su nombre, tal y como ella dice, predestinada a llorar, a ser infeliz, por ello no hace nada para salir de esa situación de eterna pena. También posee un pequeño mausoleo dedicado a su marido, la persona que la hizo infeliz, a igual que Raphael. El tendero, Colignon, un hombre cruel y grosero, que maltrata a su ayudante, Lisian, chico discapacitado y muy tímido; en realidad el tendero se ve reflejado sobre el chico, una persona sin capacidad para funcionar con autonomía, tal y como a él le ha sucedido en la relación con sus padres, la madre manipuladora propia de familia aglutinada siempre se ha adelantado a solucionarle los problemas al chico, incluso en la actualidad le controla la contabilidad de su negocio, llegando éste a desarrollar una dependencia con ella. Y Raymond, el hombre de los huesos de cristal, que no sale al exterior desde hace 20 años y que desde entonces se dedica a pintar imitaciones de los cuadros de Renoir.

Un día escuchando la radio una noticia se conmueve y encuentra por casualidad una cajita de recuerdos de un niño, aquí es donde Amelí tiene deseos de buscar al dueño de la caja con el fin de poder ejercer de hada madrina concededora de deseos. Comienza por buscar al hombre de la caja, un hombre que también vive en soledad, Bretotoau, y tras ese acontecimiento que provoca en este hombre deseos de solucionar situaciones pendientes en su vida, propias del ciclo vital como es el disfrute de su familia y de su nieto, pues como él mismo dice "de la infancia lo único que te queda es una caja oxidada" en un simbolismo que bien podría representar la reconciliación con su familia antes de que el termine también en una cajita como esa. Tras el éxito logrado, Amelí sigue en su búsqueda incesante de la felicidad en la persona de los otros. Consigue emparejar a la Giorgette con Joseph, alegrar la vida del hombre de cristal enviándole imágenes agradables del exterior de las cuales él está privado de disfrutar debido a su enfermedad, imágenes que le transportan, que le tranquilizan y que le animan. Ayuda a un ciego a cruzar la calle a la vez que le relata todo tipo de detalles por los que van circulando haciendo el paseo más agradable. Falsifica una carta de amor dedicada a la Susanne, viuda de el hombre infiel con el fin de que pueda también reconciliarse y perdonarle, mediante una carta que dicen haber encontrado en una saca de correos olvidada en los Alpes. A su padre, idea raptar al nomo y hacerle fotos en los edificios turísticos de grandes ciudades del mundo, favor que le hace una amiga azafata, con el fin de provocar algún cambio en la relación con su padre.

La relación de Amelí con su padre sigue siendo distante, éste sigue obsesionado con la reconciliación del nomo que representa su vida como médico militar con su mujer,  profesión que abandona cuando se casa. Hablan en conversaciones paralelas, tan solo coinciden cuando el padre vuelve a reprochar a Amelí que no han viajado por su afección cardíaca. Amelí sueña con una vida dedicada a ayudar a los demás, como la madre Teresa de Calcuta, y como su padre en la práctica d su profesión, sólo que a ella no puede ayudarle. Pero el extravío del Nomo empieza a dar sus resultados y el padre comienza a mover ficha en esta relación, se dirige a ella para preguntar por el nomo, ante la preocupación por la desaparición, hasta conseguir su autonomía con límites menos rígidos.

En la estación del Norte, medio que utiliza a menudo cuando visita a su padre, descubre a Nino, un chico del que se enamora. Las almas gemelas se encuentran después de haber tenido muchas cosas en común como una infancia privada de cariño, necesidad de tener un hermano con el que relacionarse, tanto es así que Nino podría haber empezado a crear un álbum de fotos encontradas cerca del  fotomatón de la estación tal vez en un intento de tener su pequeño álbum familiar. Comienza el juego para producir el acercamiento utilizando cono escusa el álbum extraviado, pero Amelí no se atreve arreglar su vida, este hada madrina sólo es capaz de estar al servicio de los demás. Destaco aquí la repetición de las miradas a Amelí a través del cristal de una ventana, de la cabina de teléfono, siempre protegiéndose del exterior, como simple observadora.
Es aquí en este punto de la historia donde el papel del hombre de los huesos de cristal se hace evidente como la figura del terapeuta. El hombre de cristal ayuda a Lisagne a mejorar sus habilidades sociales para enfrentarse con el tendero, anudándole a confiar en si mismo; y ayuda a Amelí a dar el paso en la búsqueda de su felicidad. Estando observando uno de los cuadros de Renoir pintados por Raymond, destaca la figura de una chica que mantiene un vaso de agua, comentan que ella mantiene una relación ausente, en lugar de buscar cerca de ella, comentan que quien se ocupará de los desarreglos de su vida, a lo que Amelí, que se da cuenta del mensaje del viejo, evita la conversación respondiendo que es mejor dedicarse a los demás que a un Nomo de jardín, justificándose en su respuesta. No es capaz de reconciliarse con el mundo sin antes reconciliarse con su padre.  Pero el viejo anima a Amelí a ser protagonista de su historia, no sin antes recordarle que la suerte pasa rápido y por eso las oportunidades hay que cogerlas sin dudar.  Raymond no puede soportar los golpes de la vida, de ahí la fragilidad de sus huesos, si no hace nada por su futuro, por su felicidad puede convertirse Amelí en una segunda Raymond Lefallè.

Así, Amélie, acaba felizmente en los brazos de Nino al que besa de la forma más delicada que se pueda imaginar.

La historia toca a su fin,
Nada de lo que ocurre en la vida, en las personas, en las cosas, ocurre espontáneamente. Todo tiene una causa, no hay causa sin efecto, ni efecto que no tenga una causa, en lo físico y en lo espiritual.


Y comieron perdices...

María José Serna Rodríguez.