Cara de bicicleta: Se trataba de una enfermedad ficticia que los médicos de la época se
inventaron para disuadir a las mujeres de montar en bicicleta.
Labios demacrados, ojeras, ojos saltones, mandíbula
apretada, rostro de cansancio… Esos eran los síntomas de un mal que acechaba a
la sociedad europea a finales del siglo XIX: la “cara de bicicleta”, una
enfermedad que podía afectar a quienes hicieran uso de sus bicicletas para
desplazarse. Pero especialmente a las mujeres.
En la última década del siglo XIX y las bicicletas se
volvieron instrumento del feminismo: las mujeres podían moverse libremente por
las ciudades, más allá de sus hogares, y además, las bicicletas ayudaron a
avivar el movimiento de la reforma de la vestimenta femenina, que buscaba
eliminar las restricciones victorianas de la ropa –tanto exterior como
interior- de manera que las mujeres pudieran vestir prendas que les permitieran
participar en actividades físicas. Las mujeres fueron liberándose de los corsés
y las faldas hasta los tobillos se sustituyeron por los rompedores pantalones
bombachos.
Pero muchos hombres de la época no vieron con muy buenos
ojos la independencia que la bicicleta estaba otorgando a las mujeres, tanto a
nivel de movilidad como de pensamiento. De modo que algunos médicos empezaron a
hablar de los perjuicios que la actividad ciclista para intentar evitar que el
público femenino siguiera montando en bici; y se inventaron el mal llamado
“cara de bicicleta”; la cara que se te queda por andar en bicicleta.
“La postura sobre la bici, el esfuerzo inconsciente de
mantener el equilibrio y el sobreesfuerzo físico tienden a producir ‘cara de
bicicleta’”, relataba el Literary Digest en 1895. “Un rostro normalmente
enrojecido, pero a veces pálido, a menudo con labios más o menos demacrados, un
comienzo de ojeras oscuras y una expresión cansada”, esas eran las
consecuencias a las que se enfrentaban las mujeres –y también hombres, aunque
en menor medida- que anduvieran en bicicleta. Es decir, lo opuesto a la tierna
y adorable mirada que los hombres esperaban de una mujer a finales del siglo
XIX.
Para algunos médicos, la enfermedad era permanente, mientras
otros decían que, tras una temporada sin montar en bici, la “cara de bicicleta”
acababa por desparecer.
Sin embargo, a medida que el nuevo siglo amenazaba con su
llegada, muchos médicos empezaron a cuestionar públicamente esta enfermedad
ficticia, destacando que la cara de esfuerzo de los ciclistas solo se daba
entre los principiantes; pero que a medida que iban cogiendo práctica, lograban
medir su esfuerzo muscular y adquirían una mayor confianza y agilidad sobre la
bicicleta. Es más, hablaban de los beneficios que esta actividad física aportaba
a la salud.
Y como no podía ser de otra manera, este cuento alimentado
por los médicos de la época fue cayendo por su propio peso.
No hay comentarios:
Publicar un comentario