José Manuel Rodríguez Delgado, uno de los más brillantes neurofisiólogos del siglo XX, falleció en San Diego (California) hace mes y medio. Estuvo propuesto para el Premio Nobel en varias ocasiones. En la década de los 70 escribió un libro sobre el control de la mente mediante electrodos, motivo de controversias en la literatura científica y en la prensa norteamericana. Nació Rodríguez Delgado en Ronda, en 1915. Estudió Medicina y colaboró con Severo Ochoa en sus primeros trabajos de investigación. Fue becario de John Fulton, uno de los más prestigiosos investigadores de la fisiología de sistema nervioso en la Universidad de Yale, y ocupó luego la cátedra de neurofisiología en tan prestigiosa universidad durante 22 años.
Influido por los trabajos del suizo Rudolph Hess, comenzó a colocar electrodos en distintos puntos del cerebro. Dichos electrodos se conectaban a un pequeño dispositivo que se instalaba debajo del cuero cabelludo, para evitar infecciones y para que el animal o la persona gozaran de libertad. El dispositivo podía recibir estímulos a distancia, como los niños manejan los coches de juguete.
Su figura trascendió al gran público cuando aparecieron las fotos de un toro en plena embestida, que se paraba al estimular un electrodo que llevaba implantado en el núcleo caudado, una estructura profunda del cerebro. La escena se grabó en la plaza de toros de una ganadería de Córdoba y se publicó en los principales medios estadounidenses.
Sin embargo, los estudios principales los realizó en monos. Un macho dominante y agresivo se calmaba y se mostraba sumiso cuando se estimulaba uno de los electrodos intracerebrales. Una hembra, que estaba aterrorizada por las agresiones del macho abusón, descubrió que, si se apretaba una tecla dentro de la jaula, el mono se volvía sumiso y tranquilo; la hembra pulsaba esa tecla, tan pronto aparecía la agresividad, y volvía la calma. Según la zona estimulada, los monos podían transformarse en mansos y dóciles o bien en violentos y ofensivos. Una rata pulsaba continuamente una palanca conectada a un electrodo cuyo extremo estaba situado en el septum, una estructura de la parte media del cerebro. Esta estructura se relacionó con la percepción de placer, dada su obstinación en estimular solo esa zona cerebral. En el cerebro animal se descubrían zonas de agresividad, de mansedumbre y de placer, entre otras percepciones.
Su empeño fue evitar lesiones definitivas del tejido cerebral, en una época en la cual las leucotomías estaban a la orden del día. Lo sustituía por la estimulación de esos centros, que interrumpía su función, sin producir lesiones irreversibles. Así conseguía controlar diversas alteraciones patológicas de la conducta, tales como obsesiones, agresividad y depresiones graves, que no respondían a otros tratamientos.
¿Se puede controlar el cerebro a distancia? En el libro 'Violencia y cerebro', cuyos autores eran un neurocirujano y un psiquiatra de Harvard, con quienes había colaborado en su día Rodríguez Delgado, se sugería que los graves disturbios producidos en algunas ciudades americanas podían estar protagonizados siempre por los mismos individuos, responsables directos de los incendios y robos. Suponían que tales conductas podían deberse a focos irritativos del cerebro y que estos cuadros de violencia podrían tratarse como si fuera un foco epiléptico. (Era conocido que la estimulación de la amígdala cerebral en algunas personas provocaba crisis de violencia, que desaparecían al cesar la estimulación). Esta sugerencia despertó una corriente adversa, por el temor de que el 'Gran Hermano' dispusiera de un medio para calmar cualquier indicio de rebeldía de un sector de la población para esclavizarla. Los soldados también podían ser instruidos para el ataque temerario. La novela y el cine no fueron ajenos a este estado de opinión; recordemos 'El candidato manchuriano' o 'El mensajero del miedo', en versión española.
A principios de los años 70, el perspicaz e inteligente Villar Palasí, por entonces ministro de Educación, ofreció algunas cátedras a prestigiosos científicos españoles que trabajaban en el extranjero, entre ellos a Blas Cabrera y a J.M. Rodríguez Delgado, para que se incorporaran a la Universidad Autónoma de Madrid. Rodríguez Delgado vino al Hospital Ramón y Cajal, como director del Instituto de Neurofisiología. En esta fase dedicó su atención preferente a trabajar con otras técnicas menos agresivas, como la estimulación magnética transcraneal. Podía inducir somnolencia o estado de vigilia en pacientes voluntarios, entre ellos el propio Rodríguez Delgado y su hija Linda, y en pacientes con temblor, por medio de un casco que emitía pulsos electromagnéticos.
Hoy día se utilizan estimuladores cerebrales en la enfermedad de Parkinson y en procesos con movimientos involuntarios, en ciertas alteraciones psiquiátricas y en el dolor crónico. Con cierta frecuencia se estimula el nervio vago, en su paso por el cuello, en algunas epilepsias que no responden a la medicación. Algunos grupos trabajan en recoger las ondas cerebrales que se producen cuando el mono 'piensa' en mover un miembro y trasladar dichas ondas a un ordenador, conectado a un robot, cuyo brazo o pierna mecánica pueda llevar a cabo lo que ordenan dichas ondas 'pensadas' por el cerebro del mono, transmitidas por un cable, o sin cable, al propio autómata.
Rodríguez Delgado fue un innovador de los implantes cerebrales, tanto eléctricos como químicos. Huyó de las lesiones definitivas, como antes se ha dicho, y buscó lo menos invasivo, para modificar estados patológicos. Ha sido uno de los mayores innovadores en las ciencias neurológicas en la segunda mitad del siglo pasado. Sus compañeros le llamaban 'el brujo'. Fue distinguido con muchos honores durante su vida. Ha querido que sus restos descansaran junto a los de su madre, en Salamanca. Las personas vinculadas a las neurociencias no pueden olvidar su trayectoria a lo largo de muchos años.
La Verdad
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