Mª José Serna

Mª José Serna
Mª José Serna. Psicóloga Albatera. MVL 686 544 714 (Ilustración Alexandre Jansson)

lunes, 29 de mayo de 2017

Bondad con uno mismo. Autocompasión implica ser cálido y comprensivo hacia nosotros mismos cuando sufrimos, nos rechazan o nos sentimos inadecuados, en lugar de ignorar nuestro dolor o flagelarnos con la autocrítica. Cuando hay autocompasión reconocemos que el ser humano es imperfecto y así, con todos nuestros defectos, va a ser inevitable experimentar dificultades en la vida va, por lo que hemos de tender a ser amables con nosotros mismos cuando nos enfrentemos a experiencias dolorosas, en lugar de enojarnos cuando la vida no está a la altura de los ideales establecidos. La gente no siempre puede ser o conseguir exactamente lo que quiere. Cuando esta realidad se niega o se lucha en su contra, el sufrimiento aumenta en forma de estrés a través de la frustración y la autocrítica. Cuando esa realidad vital es aceptada con simpatía y amabilidad, se experimenta una mayor ecuanimidad emocional.
Humanidad compartida. La frustración por no tener las cosas exactamente como queremos, suele ir acompañada de un sentimiento irracional pero penetrante de aislamiento: es como si "yo" fuera la única persona que sufriera o cometiera errores; sin embargo, todos los seres humanos sufren. La propia definición de ser "humano" significa que uno es mortal, vulnerable e imperfecto. Por lo tanto, la autocompasión implica reconocer que el sufrimiento y la inadecuación personal es parte de la experiencia de humanidad compartida: “algo que todos pasamos” en lugar de ser algo que sólo me pasa a "mí". También significa reconocer que los pensamientos, sentimientos y acciones se ven afectadas por factores "externos", como la historia de crianza de los hijos, la cultura, las condiciones genéticas y ambientales, así como el comportamiento y las expectativas de los demás. Thich Nhat Hahn llama a esa intrincada red de causa y efecto recíproco en el que todos estamos involucrados: "inter-ser." Reconociendo nuestro inter-ser esencial, nos va a permitir ser menos críticos sobre nuestras faltas personales. Después de todo, si tuviéramos un control total sobre nuestro comportamiento, ¿cuántas personas conscientemente decidirían tener problemas de ira, problemas de adicción, ansiedad social, trastornos de alimentación, etc.? Muchos aspectos de nosotros mismos y de las circunstancias de nuestras vidas no son de nuestra elección, sino que provienen de innumerables factores (genéticos y / o ambientales) sobre los que tenemos muy poco control. Por lo tanto, al reconocer nuestra interdependencia esencial, los fracasos y dificultades de la vida no tienen que ser tomados como algo personal, sino que se pueden reconocer y admitir sin prejuicios, con compasión y comprensión.
Mindfulness (atención plena). La autocompasión también requiere un enfoque equilibrado sobre nuestras emociones negativas para que los sentimientos no sean ni suprimidos ni exagerados. Esta postura equilibrada proviene del proceso de relacionar experiencias personales con los de otras personas que también están sufriendo, poniendo nuestra propia situación en una perspectiva más amplia. También se deriva de la voluntad de observar nuestros pensamientos y emociones negativas con franqueza y claridad, de modo que se mantengan en la conciencia viva. La atención plena es un estado mental no-crítico, receptivo en el que se observan los pensamientos y sentimientos tal como son, sin tratar de suprimirlos o negarlos. No podemos ignorar nuestro dolor y sentir compasión por ello a la vez. Al mismo tiempo, la atención plena requiere que el estado mental no se haya "sobre-identificado" con pensamientos y sentimientos, de manera que resultemos atrapados y arrastrados por una reactividad negativa.

jueves, 18 de mayo de 2017

CARTA DE NACHO VIDAL A SU HIJA TRANSEXUAL


Querida hija:
Te escribo esta carta para que sepas, de mi puño y letra, lo que siento y lo que pienso sobre ti, Violeta. Recuerdo perfectamente el día en que naciste: estábamos en casa de mi gran amigo Miguel Bosé, pasando unos días con tu madre, y de repente quisiste salir. Eras ochomesina, por lo que resultaba bastante peligroso (al parecer, es mucho más delicado que nacer sietemesina).

Al nacer, te tuvimos en una incubadora, y mamá no paraba de llorar porque no podía tocarte. Al final, por fortuna, todo salió muy bien y creciste normal, como cualquier niña. O como cualquier niño, pues por aquel entonces todos pensamos que habíamos tenido un niño y te llamábamos Nacho, como yo. Con el tiempo nos dimos cuenta de que eras una persona muy fina, muy sensible; corrías diferente a los niños, hablabas diferente, te gustaban las cosas diferentes a las que hacían los niños. No te gustaban las pelotas, sino las muñecas; no te gustaban las zapatillas, sino los tacones; no te gustaban los pantalones, sino las faldas. Por aquel entonces, llegué a pensar que tenía un niño y que posiblemente sería homosexual, pero nunca se me cruzó por la cabeza que podías ser una niña.

Pasaron los años y, un día, tu mamá y tú visteis un documental en la televisión en el que salía una niña transexual. Cuando terminó, le dijiste a tu madre que eso era lo mismo que te pasaba a ti. Ella te preguntó qué querías decir con eso, y tú respondiste que lo mismo que le pasaba a esa niña de la televisión era lo que te sucedía a ti. Que eras una niña que había nacido con el cuerpo de un niño. Ahí saltaron todas las alarmas; tu madre me llamó, me dijo que tú querías hablar conmigo, y tú me dijiste que no querías vestirte más como un niño, porque eras una niña.
Tenías solo 6 años.
En ese momento me di un tortazo de realidad y entendí lo que estaba pasando. Automáticamente, te dije que al otro día iríamos a comprar toda la ropa que quisieras, para cambiar tu armario de niño a niña. Con mucho miedo, claro, porque vivimos en una sociedad que no tolera, que no respeta ni empatiza; una sociedad que no entiende esta situación… y yo, con ese miedo a que te pudiera pasar algo, a que te hicieran daño, a que lo pudieras pasar mal.                              

Tiramos para adelante con todo esto, aunque tu madre sufrió mucho por haberte hecho vestir de niño todos esos años. El primer año, todo el mundo pensaba que ya se te pasaría, pero ya cuando tenías 7 u 8, recuerdo estar cogido de la mano contigo, andando por la calle, y de repente me hablaste; entonces sentí una energía que recorría todo mi brazo y llegaba a mi corazón, a mi cabeza y a mi alma, y me dije… ¡tengo una hija!, ¡tengo una hija! Y ahí me di cuenta de que eras una niña. De que lo eres.

Desgraciadamente, la gente no es correcta con estas cosas, y no te creas que va a ser fácil para ti. Pero en esta vida nadie lo tiene fácil: siempre van a hablar mal de ti, pero lo único que te tiene que importar es la gente que te quiere, la que te rodea. No puedes esperar que todo el mundo te acepte; tú tampoco aceptas a todo el mundo. Infortunadamente, vivimos en una sociedad que no acepta diferencias: todo lo que se salga de la norma es malo o está endiablado o es feo o es obsceno.

Le guste a quien le guste, o no le guste a quien no le guste, existes. Has nacido. Eres. Y vas a ser siempre lo que eres: una niña. No vamos a luchar por absolutamente nada porque en la vida no hay que luchar, hay que ser feliz. No hay que luchar contra la gente que no te respeta; por el contrario, tienes que acercarte a la gente que te quiere. A la gente que no te respeta simplemente hay que apartarla, hija mía. En la vida, la gente dice que hay que luchar, y yo creo que no: en la vida hay que ser feliz y tienes que hacer todo lo que te haga feliz. Apartarse de lo malo y acercarse a lo bueno.

Con esto quiero decirte que siempre voy a estar a tu lado, que todos vamos a estar a tu lado, y que vamos a ser felices en esta situación que Dios nos ha dado, y que para mí es una bendición. Tenerte es una bendición. Eres un ángel caído del cielo para nosotros, eres un ser único: muy cariñosa, inteligente, noble… y con eso es con lo que se debería quedar la gente. No quiero hacer las cosas pensando que eres tal o eres cual; quiero hacer las cosas pensando en que eres mi hija y, como tal, quiero lo mejor para ti.

Nunca me va a condicionar la gente, ni lo que piensen. Porque imagínate… yo, quien soy, ¡qué me va a importar lo que diga la gente! Vivimos demasiado ocupados en lo que dirán y no en lo que nosotros decimos. Así que gracias por haber nacido, gracias por darme lo que me estás dando, y quiero que sepas que hasta muerto siempre estaré a tu lado.
Te quiero mucho, hija.

Nacho Vidal.