Querida hija:
Te escribo esta carta para que sepas, de mi puño y letra, lo
que siento y lo que pienso sobre ti, Violeta. Recuerdo perfectamente el día en
que naciste: estábamos en casa de mi gran amigo Miguel Bosé, pasando unos días
con tu madre, y de repente quisiste salir. Eras ochomesina, por lo que
resultaba bastante peligroso (al parecer, es mucho más delicado que nacer
sietemesina).
Al nacer, te tuvimos en una incubadora, y mamá no paraba de
llorar porque no podía tocarte. Al final, por fortuna, todo salió muy bien y
creciste normal, como cualquier niña. O como cualquier niño, pues por aquel
entonces todos pensamos que habíamos tenido un niño y te llamábamos Nacho, como
yo. Con el tiempo nos dimos cuenta de que eras una persona muy fina, muy
sensible; corrías diferente a los niños, hablabas diferente, te gustaban las
cosas diferentes a las que hacían los niños. No te gustaban las pelotas, sino
las muñecas; no te gustaban las zapatillas, sino los tacones; no te gustaban
los pantalones, sino las faldas. Por aquel entonces, llegué a pensar que tenía
un niño y que posiblemente sería homosexual, pero nunca se me cruzó por la
cabeza que podías ser una niña.
Pasaron los años y, un día, tu mamá y tú visteis un
documental en la televisión en el que salía una niña transexual. Cuando
terminó, le dijiste a tu madre que eso era lo mismo que te pasaba a ti. Ella te
preguntó qué querías decir con eso, y tú respondiste que lo mismo que le pasaba
a esa niña de la televisión era lo que te sucedía a ti. Que eras una niña que
había nacido con el cuerpo de un niño. Ahí saltaron todas las alarmas; tu madre
me llamó, me dijo que tú querías hablar conmigo, y tú me dijiste que no querías
vestirte más como un niño, porque eras una niña.
Tenías solo 6 años.
En ese momento me di un tortazo de realidad y entendí lo que
estaba pasando. Automáticamente, te dije que al otro día iríamos a comprar toda
la ropa que quisieras, para cambiar tu armario de niño a niña. Con mucho miedo,
claro, porque vivimos en una sociedad que no tolera, que no respeta ni
empatiza; una sociedad que no entiende esta situación… y yo, con ese miedo a
que te pudiera pasar algo, a que te hicieran daño, a que lo pudieras pasar mal.
Tiramos para adelante con todo esto, aunque tu madre sufrió
mucho por haberte hecho vestir de niño todos esos años. El primer año, todo el
mundo pensaba que ya se te pasaría, pero ya cuando tenías 7 u 8, recuerdo estar
cogido de la mano contigo, andando por la calle, y de repente me hablaste;
entonces sentí una energía que recorría todo mi brazo y llegaba a mi corazón, a
mi cabeza y a mi alma, y me dije… ¡tengo una hija!, ¡tengo una hija! Y ahí me
di cuenta de que eras una niña. De que lo eres.
Desgraciadamente, la gente no es correcta con estas cosas, y
no te creas que va a ser fácil para ti. Pero en esta vida nadie lo tiene fácil:
siempre van a hablar mal de ti, pero lo único que te tiene que importar es la
gente que te quiere, la que te rodea. No puedes esperar que todo el mundo te
acepte; tú tampoco aceptas a todo el mundo. Infortunadamente, vivimos en una
sociedad que no acepta diferencias: todo lo que se salga de la norma es malo o
está endiablado o es feo o es obsceno.
Le guste a quien le guste, o no le guste a quien no le
guste, existes. Has nacido. Eres. Y vas a ser siempre lo que eres: una niña. No
vamos a luchar por absolutamente nada porque en la vida no hay que luchar, hay
que ser feliz. No hay que luchar contra la gente que no te respeta; por el
contrario, tienes que acercarte a la gente que te quiere. A la gente que no te
respeta simplemente hay que apartarla, hija mía. En la vida, la gente dice que
hay que luchar, y yo creo que no: en la vida hay que ser feliz y tienes que
hacer todo lo que te haga feliz. Apartarse de lo malo y acercarse a lo bueno.
Con esto quiero decirte que siempre voy a estar a tu lado,
que todos vamos a estar a tu lado, y que vamos a ser felices en esta situación
que Dios nos ha dado, y que para mí es una bendición. Tenerte es una bendición.
Eres un ángel caído del cielo para nosotros, eres un ser único: muy cariñosa,
inteligente, noble… y con eso es con lo que se debería quedar la gente. No
quiero hacer las cosas pensando que eres tal o eres cual; quiero hacer las
cosas pensando en que eres mi hija y, como tal, quiero lo mejor para ti.
Nunca me va a condicionar la gente, ni lo que piensen.
Porque imagínate… yo, quien soy, ¡qué me va a importar lo que diga la gente!
Vivimos demasiado ocupados en lo que dirán y no en lo que nosotros decimos. Así
que gracias por haber nacido, gracias por darme lo que me estás dando, y quiero
que sepas que hasta muerto siempre estaré a tu lado.
Te quiero mucho, hija.
Nacho Vidal.
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