Mª José Serna

Mª José Serna
Mª José Serna. Psicóloga Albatera. MVL 686 544 714 (Ilustración Alexandre Jansson)

miércoles, 27 de julio de 2016

EL CONTROL FÍSICO DE LA MENTE Y RODRIGUEZ DELGADO

José Manuel Rodríguez Delgado, uno de los más brillantes neurofisiólogos del siglo XX, falleció en San Diego (California) hace mes y medio. Estuvo propuesto para el Premio Nobel en varias ocasiones. En la década de los 70 escribió un libro sobre el control de la mente mediante electrodos, motivo de controversias en la literatura científica y en la prensa norteamericana. Nació Rodríguez Delgado en Ronda, en 1915. Estudió Medicina y colaboró con Severo Ochoa en sus primeros trabajos de investigación. Fue becario de John Fulton, uno de los más prestigiosos investigadores de la fisiología de sistema nervioso en la Universidad de Yale, y ocupó luego la cátedra de neurofisiología en tan prestigiosa universidad durante 22 años.
Influido por los trabajos del suizo Rudolph Hess, comenzó a colocar electrodos en distintos puntos del cerebro. Dichos electrodos se conectaban a un pequeño dispositivo que se instalaba debajo del cuero cabelludo, para evitar infecciones y para que el animal o la persona gozaran de libertad. El dispositivo podía recibir estímulos a distancia, como los niños manejan los coches de juguete.
Su figura trascendió al gran público cuando aparecieron las fotos de un toro en plena embestida, que se paraba al estimular un electrodo que llevaba implantado en el núcleo caudado, una estructura profunda del cerebro. La escena se grabó en la plaza de toros de una ganadería de Córdoba y se publicó en los principales medios estadounidenses.
Sin embargo, los estudios principales los realizó en monos. Un macho dominante y agresivo se calmaba y se mostraba sumiso cuando se estimulaba uno de los electrodos intracerebrales. Una hembra, que estaba aterrorizada por las agresiones del macho abusón, descubrió que, si se apretaba una tecla dentro de la jaula, el mono se volvía sumiso y tranquilo; la hembra pulsaba esa tecla, tan pronto aparecía la agresividad, y volvía la calma. Según la zona estimulada, los monos podían transformarse en mansos y dóciles o bien en violentos y ofensivos. Una rata pulsaba continuamente una palanca conectada a un electrodo cuyo extremo estaba situado en el septum, una estructura de la parte media del cerebro. Esta estructura se relacionó con la percepción de placer, dada su obstinación en estimular solo esa zona cerebral. En el cerebro animal se descubrían zonas de agresividad, de mansedumbre y de placer, entre otras percepciones.
Su empeño fue evitar lesiones definitivas del tejido cerebral, en una época en la cual las leucotomías estaban a la orden del día. Lo sustituía por la estimulación de esos centros, que interrumpía su función, sin producir lesiones irreversibles. Así conseguía controlar diversas alteraciones patológicas de la conducta, tales como obsesiones, agresividad y depresiones graves, que no respondían a otros tratamientos.
¿Se puede controlar el cerebro a distancia? En el libro 'Violencia y cerebro', cuyos autores eran un neurocirujano y un psiquiatra de Harvard, con quienes había colaborado en su día Rodríguez Delgado, se sugería que los graves disturbios producidos en algunas ciudades americanas podían estar protagonizados siempre por los mismos individuos, responsables directos de los incendios y robos. Suponían que tales conductas podían deberse a focos irritativos del cerebro y que estos cuadros de violencia podrían tratarse como si fuera un foco epiléptico. (Era conocido que la estimulación de la amígdala cerebral en algunas personas provocaba crisis de violencia, que desaparecían al cesar la estimulación). Esta sugerencia despertó una corriente adversa, por el temor de que el 'Gran Hermano' dispusiera de un medio para calmar cualquier indicio de rebeldía de un sector de la población para esclavizarla. Los soldados también podían ser instruidos para el ataque temerario. La novela y el cine no fueron ajenos a este estado de opinión; recordemos 'El candidato manchuriano' o 'El mensajero del miedo', en versión española.
A principios de los años 70, el perspicaz e inteligente Villar Palasí, por entonces ministro de Educación, ofreció algunas cátedras a prestigiosos científicos españoles que trabajaban en el extranjero, entre ellos a Blas Cabrera y a J.M. Rodríguez Delgado, para que se incorporaran a la Universidad Autónoma de Madrid. Rodríguez Delgado vino al Hospital Ramón y Cajal, como director del Instituto de Neurofisiología. En esta fase dedicó su atención preferente a trabajar con otras técnicas menos agresivas, como la estimulación magnética transcraneal. Podía inducir somnolencia o estado de vigilia en pacientes voluntarios, entre ellos el propio Rodríguez Delgado y su hija Linda, y en pacientes con temblor, por medio de un casco que emitía pulsos electromagnéticos.
Hoy día se utilizan estimuladores cerebrales en la enfermedad de Parkinson y en procesos con movimientos involuntarios, en ciertas alteraciones psiquiátricas y en el dolor crónico. Con cierta frecuencia se estimula el nervio vago, en su paso por el cuello, en algunas epilepsias que no responden a la medicación. Algunos grupos trabajan en recoger las ondas cerebrales que se producen cuando el mono 'piensa' en mover un miembro y trasladar dichas ondas a un ordenador, conectado a un robot, cuyo brazo o pierna mecánica pueda llevar a cabo lo que ordenan dichas ondas 'pensadas' por el cerebro del mono, transmitidas por un cable, o sin cable, al propio autómata.
Rodríguez Delgado fue un innovador de los implantes cerebrales, tanto eléctricos como químicos. Huyó de las lesiones definitivas, como antes se ha dicho, y buscó lo menos invasivo, para modificar estados patológicos. Ha sido uno de los mayores innovadores en las ciencias neurológicas en la segunda mitad del siglo pasado. Sus compañeros le llamaban 'el brujo'. Fue distinguido con muchos honores durante su vida. Ha querido que sus restos descansaran junto a los de su madre, en Salamanca. Las personas vinculadas a las neurociencias no pueden olvidar su trayectoria a lo largo de muchos años.

La Verdad

sábado, 23 de julio de 2016

Karl Deisseroth, neurólogo, psiquiatra; fue niño prodigio; pionero de la optogenética

Karl Deisseroth

El bisturí más preciso en un 
cerebro sigue siendo la palabra. 





El inventor de la optogenética es uno de los científicos que más saben sobre conexiones neuronales, pero cuando intento averiguar cómo desconecta de su laboratorio, responde con otra pregunta: “¿Desconectar para qué?”. Sería una respuesta de trabajo adicto convencional, como la de otro entrevistado que sentenció que las vacaciones sólo son para funcionarios y empleados y que él era un creador; pero Deisseroth no se apoya en sus prejuicios, sino en sus hallazgos: al conectar y desconectar –argumenta– gastamos más energía que estando siempre en línea con nuestros objetivos. Por eso, es mejor descansar pensando en los mismos problemas, pero de un modo diferente: él escribe novelas de neurociencia.

He visto cómo hace que el ratón vaya de izquierda a derecha con impulsos optogenéticos.
No sólo podemos hacer que un ratón actúe, sino también ver en tiempo real cómo, gracias a la optogenética y a nuestro método Clarity, su cerebro en acción, sus redes neuronales, responde a cada impulso.
Es fascinante ver cómo lo manipulan.
Antes la resonancia magnética o las tomografías sólo permitían observar al cerebro: ahora también podemos actuar sobre él. Y una red de laboratorios ya trabaja en transformar este progreso de investigación básica en terapias y farmacología.
¿Alguna que ya sea realidad?
Un equipo italiano ha logrado desconectar los circuitos de adicción a la heroína en ratones aplicando estímulos electromagnéticos en un área específica del córtex frontal.
¿Localizan conexiones neuronales que generan respuestas y las desconectan?
El método es detectar dónde está la conexión que causa determinado efecto y tratar de actuar sobre ella.
¿Usted mueve al ratón con disparospor un cable insertado en su cerebro?
Sólo iluminamos las células del cerebro y las redes en las que nos interesa actuar y luego podemos intervenir sobre ellas.
¿Actúa como un interruptor?
Porque es luz. Las neuronas son sensibles a la electricidad, pero no a la luz. Y, para lograr iluminarlas, tomamos una proteína del gen de un alga unicelular fotosensible y la introducimos en las células del cerebro del mamífero...
Y es como si las encendieran.
...Pero sólo las redes y las áreas que nos interesan. Y así hoy podemos estudiarlas, estimularlas y modificarlas.
Una revolución en neurociencia.
Ahora estudiamos la conducta y su relación con las emociones: el miedo, la memoria, las interacciones sociales...
Por ejemplo.
Estamos investigando la ansiedad y observando las conexiones del córtex frontal con las de capas más profundas del cerebro...
¿Dónde está la ansiedad?
Sin emoción no hay memoria. Y el miedo es una emoción muy profunda y primigenia que ya permitió sobrevivir a nuestros más remotos antecesores en la evolución.
¿Ven ustedes las conexiones de la ansiedad y la memoria?
Son conexiones, y tal vez si las apagamos o modulamos regularemos la ansiedad.
¿Podría llegar también a curar enfermedades neurodegenerativas?
Hay muchos equipos trabajando ya en esa área: localizar el punto, la red, la conexión que genera una conducta o un proceso indeseable y actuar sobre él. Pero yo sigo investigando el funcionamiento del cerebro en conjunto, y es una tarea que ocupará el resto de mi vida y ocuparía otras muchas vidas.
¿Ustedes pueden ver en tiempo real cómo un ratón se acongoja?
Lo que sabíamos es que la ansiedad es una respuesta adaptativa a los riesgos del medio. Anticipa un ataque, por ejemplo, y a veces esa anticipación salva a quien la tiene.
Y otras se sufre sin motivo.
En la ansiedad hay, por tanto, miedo incontrolable y lo que funcionaba para tratarla hasta ahora era la terapia cognitiva: usar las palabras para ayudar al ansioso a imponer el razonamiento sobre la emoción.
El raciocinio.
De algún modo es ayudar al ansioso a imponer el córtex frontal sobre el miedo que procede del cerebro profundo en la amígdala.
El que ya tenían los reptiles.
Pues bien, hoy con la optogenética nosotros podemos ver esas conexiones. Ahora el siguiente paso es intervenir en ese punto.
¿Pasar de la palabra a la electricidad?
Pero, por ahora, el bisturí más preciso en el cerebro humano sigue siendo la palabra. Nosotros ahora podemos llegar a ver cómo actúa sobre el cerebro y lo modifica.
He leído que usted fue un niño superdotado: ¿le queda algo de aquel don?
Digamos que tenía cierta facilidad para memorizar y entender las palabras.
Libros enteros en muy poco tiempo.
Bueno, sí. Hay quien lee por líneas y yo digamos que leía en bloque.
¿Escribe usted para divertirse?
Escribo novelas. Son estimulantes.
¿Cómo le estimulan?
Pues el escritor es como el buen lector: siente placer al reencontrarse con alguna palabra, parecido al que experimentas al volver a ver a un viejo amigo.
¿Se reconocen la palabra y usted?
Una palabra no es sólo la idea: es el sonido y la resonancia que adquiere ese sonido en tu mente al pronunciarla y todo cuanto evoca en ella. Es como si, al emerger de tu memoria, esa palabra arrastrara también con ella fragmentos de tu vida y de la de los demás. De algún modo vuelves a vivirlos.
¿Ese mecanismo de la escritura lo puede ver ahora en su propio cerebro?
De momento, pienso seguir escribiendo. No deja de ser otro modo de practicar neurociencia y también es divertido.
La Vanguardia